sábado, agosto 12, 2006

EL ENGAÑO

Cada día que pasa y que intento pensar con cierta lucidez, más me doy cuenta que la base de la actuación de las personas, entre las cuales evidentemente, me incluyo, es el engaño. Hace un par de meses, escribía yo aquello de “mentiras previstas”. Pues no lo cambio. ¡Con qué facilidad sabemos engañarnos y engañar! Y lo complicado es que todos sabemos que lo hacemos y que lo hacen y seguimos admitiéndolo.

Si vuelvo de nuevo, es para comprobar que no tengo remedio. Hace unos días, por mor de un pequeño conflicto y tras un pequeño diálogo y lo de pequeño es por las pocas ideas que se intercambiaron de verdad, no por la longitud en el tiempo, hicimos galas de topicazos y buenas maneras, que pedían a gritos poner las cartas sobre la mesa, pero ninguno de los presentes conmigo, hicimos nada por plantear la verdad cruda y dura. Me quede con muchas cosas en el tintero, pero renunciando conscientemente a la verdad. -“Bah, no merece la pena”-. Y acabó la oportunidad, única de resolver el conflicto. Porque las componendas no resuelven conflictos, simplemente lo adormecen.

Eso mismo ocurre con cualquiera de las cosas que suceden a gran o pequeña escala. Todo queda adormecido, todo queda latente, nada se resuelve de verdad.

Si el planteamiento lo hacemos a gran escala, en política, en economía, en sociedad, resulta una tragedia, porque no se resuelve tampoco con el paso del tiempo. Ni siquiera los sobreseimientos judiciales acaban con los casos.

Además de un suspenso en el aire, el engaño provoca frustración que todos admitimos como buena, porque preferimos un poco de tranquilidad pasajera a un pequeño bache de lucha y desesperación, que sería asumible en la historia personal y que como toda crisis, daría paso a un periodo de crecimiento y de enriquecimiento. Y como digo, no solo hablo de la historia personal de cada uno, sino de montones de situaciones sociales, políticas, económicas, y cómo no, por lo que me toca, eclesiales.

Puestos y llegados a este punto, qué perdemos, qué ganamos.

Ganamos poco, si acaso, prestigio que dura lo que un caramelo en la puerta de una escuela, tranquilidad de día y un poco de coloquial paz. Perdemos sueño, felicidad de esa que no se acumula como la batería recargable, porque nunca se gasta, sino que se gana y un mucho de autoestima y realización necesaria para los días en que como le dijo Jesús a Pedro: “otros te llevarán y tú te dejarás llevar”. Y paz, pero no de la coloquial, sino de esa que te deja roncar, si se ronca, que te deja regar la hierba en la primera hora de la mañana para comenzar el día disfrutando de la caricia del sol mañanero, y de esa, que terminado el duro combate de cada día, asoma por la noche con las estrellas, para reconciliarte con el mundo, con los demás que saborean contigo una copa, contigo mismo que te sientes orgulloso del rampante soliloquio al recoger los trastos para dormir, y con Dios, que te besa con la cálida luz del universo con miles de besos tintineantes. El día ha sido bueno sin engaños.