viernes, febrero 02, 2007

SABADO EN LA MAÑANA

(Para algunos pequeños que leen esto cada mes y que dicen que ni con diccionario entienden)

Carlos no había comprendido muy bien el por qué de la salida tan temprana de sus padres, que normalmente los sábados, se levantaban tarde, y sólo salían de casa, tras hacer una “super-mega limpieza” que decía su madre en el salón, la cocina, su propia habitación y algunas partes más, incluido el cuarto de baño. El se lo encontraba reluciente, cuando lo despertaban, para sobre las doce, salir a hacer la compra “semanal” y comer con los abuelos en la otra parte del pueblo. Tampoco se había dado cuenta de lo grande que resultaba su pueblo, porque apenas podía visitar el parque y alguna casa cercana de un par de amigos. El teléfono tampoco le daba muchas pistas más. Ni siquiera pensó usarlo.

No era capaz de pensar tampoco en otras muchas cosas, cuando se dio cuenta que su hermano mayor tampoco estaba, ni siquiera el perro, “su mejor amigo” que le decía a su madre cuando llegaba del cole. ¡Lo habían dejado solo en casa! Podría ser una buena noticia, porque tenía a su disposición, la consola, el ordenador, la tele, el video… Pero solo sentía tristeza al comprobar que lo habían dejado porque habían prescindido de él. Solo era eso. No habían querido contar con él. La tristeza fue entonces una náusea sin vómito, un repentino dolor de barriga, una especie de vértigo que no controlaba. Se le disparó la respiración y nada daba igual.

En la cocina, donde había terminado los deberes en la noche anterior, para tener libre el fin de semana, encontró su cartera. Nadie había limpiado y el reloj marcaba las doce. No supo donde mirar más. Recogió sus dos pequeños diccionarios, regalo de sus abuelas, uno de inglés y el castellano y supo que debería abandonar la casa. Si podían prescindir de él, no era lo peor del mundo desaparecer. Intentaría llegar a la casa de la abuela María y el abuelo Juan, porque los tíos ya no residían donde nacieron y los otros abuelos estaban a mucho tiempo de allí, aunque para su padre solo era un ratito de coche, cuando le pedían dejar los “dibus” para ir a verlos.

Cogió de la mesilla las llaves que su madre le dejaba en las cortas ausencias para ir a hacer un pequeño recado; abrió la puerta de la casa, aunque antes tuvo la tentación de escribir un pequeño adiós. Al final decidió que si nadie le había dicho nada, tampoco él lo diría.

Cuando esperaba el ascensor no escuchó el teléfono de su casa que sonaba. Y mientras entraba en lo que él llamaba de pequeño el “sénsor”, comenzaron a caerle dos lágrimas por la cara, silenciosas, aunque clamaban a gritos llamadas de socorro a sus padres. No paró hasta abajo, al mismo tiempo que tampoco lo hacían las dos pequeñas cataratas que descendían por su cara.

Alguien abría la puerta del portal con mal genio y dando voces que no entendió. Cuando encaró la puerta, “Coli”, su perro se abalanzaba sobre él. El vecino le decía riendo, que el perro estaba como loco dando manotazos a la puerta, qué donde iba con la cartera, que era sábado … y algo más que no entendió, porque Coli, de eso se reía el vecino, lo había tirado al suelo, mientras él abrazaba al chucho. Ya tenía compañía en su aventura. Perdió la noción del tiempo entre los mimos del perro a él y la reciprocidad del cariño. Solo se dio cuenta de lo que había pasado, cuando su padre apareció, imponente, su madre nerviosa y su hermano risueño. Ya solo escuchó: “mira, si ha vuelto solo, después del susto que nos ha dado”. Solo comprendió que “Coli”, en un descuido, había escapado y que todos habían salido a buscarlo; que estaban preocupados por si se despertaba antes de llegar ellos; y que su hermano, como siempre se reía de lo tonto que era, pensando que los sábados había cole.

Subió con ellos, en silencio. Se alegró de no haber escrito nada de despedida y solo presintió un pequeño reproche, cómplice, en su padre que lo miró fijamente, para decirle … “bueno, al final esta semana no haremos el limpieza … querías ir mejor a casa de los abuelos … ¿no?”