sábado, octubre 06, 2007

ESQUILACHE

En el Madrid del XVIII, se produce un hecho histórico, bastante confuso, que fue el “Motín de Esquilache”. Más o menos, la justificación, huida y regreso del monarca español, se produce por la contrariedad que causaba a uno de sus ministros, el Marqués de Esquilache, el hecho de que los madrileños les había dado por una moda ultramontana de usar capa amplia y sombrero más amplio aún, el chambergo. Como el marqués pretendió modernizar no solo Madrid, sino también a los madrileños, con el pretexto de la seguridad pública, prohibió el uso de los antedichos y propuso la media capa y el tricornio. El hambre y la inflación hicieron el resto y casi todo, para que los madrileños se amotinaran, el Marqués fuese desterrado y el rey Carlos III, el mejor alcalde de Madrid, huyese de palacio con algún peso detrás.

La historia se escribe con anécdotas que muchas veces nada tienen que ver con la realidad. Sería cochambrosamente pesado repasar las guerras, para investigando, encontrar con que casi ninguna tuvo otro motivo que el poder, el dinero, y … la locura. Si uno repasa las grandes revoluciones, se da cuenta que apenas interviene eso que tan sonoramente se llama “el pueblo” y sí mucho la clase afectada por la pérdida de riqueza, o sea la burguesía. Si uno intenta desembarazar la verdad de los avances sociales, encuentra con que apenas queda poco más de un interés por el poder.

Carlos Marx, y es solo un ejemplo, jamás destinó el mínimo interés por la agrícola Rusia (los agricultores eran esclavos atados a la tierra, según él) y sí todo por la industrializada Inglaterra, donde pensaba que su pensamiento haría posible una auténtica “lucha de clases”. O sea que si como filósofo fue poco original (que le pregunten a Hegel), como profeta de cambios sociales, la cagó más que Rappel.

La verdad de las cosas, casi nunca aparece a la superficie, se queda flotando a medias aguas en milagroso equilibrio, para engañoso embeleso de los que nunca se atreven a profundizar, o bien de los que no pueden o no quieren, que de todo hay. Y si la verdad es como un enorme iceberg, lo que destaca por mínima verdad, aunque solo eso se vea, se convierte en una gran mentira.

Vivimos tiempos de cortedad mental, esfuerzo mediano y riqueza pobre. Nos medimos por tenencias, posesiones, mercantileos e imagen. Nadie sabe lo que mide la profundidad del hombre o la mujer, pero sí su torso; nadie indaga en la mente de los que lo rodean, pero todos saben si entras o sales; pocos se atreven con la introspección y el silencio, todo es hacía afuera y por alrededor.

El canon ha dejado de ser armonía y se ha convertido en medida. Así nos va.

Creo que nos vendría bien un Esquilache mártir para renovar esta podredumbre que aconseja mediar nuevamente el chambergo en tricornio. Pero sin duelos a muerte. Es preferible la risa y suscitar algo de cotidiana cordura. Aunque el Borbón de turno salga de estampida.