El valor de la vida, se mide en el valor de la muerte. La frase es mía, pero el concepto, como casi todo en mi, es aprendido. En definitiva, viene a significar que gracias a la muerte valoramos la vida. Normalmente nos aferramos a todo lo que significa la vida, porque tenemos que morir, es decir, si no muriésemos, quién trabajaría y para qué, para qué evolucionar, esforzarse o sufrir? De otra manera, si tiene valor lo que hacemos en la vida, es porque sabemos que vamos a morir, y que la misma muerte infunde un valor más, añadido a todo lo que hacemos. Somos poco generosos, así que creo que si no fuese porque morimos, dudo que hiciésemos mucho por nosotros mismos o por los demás. Es por eso que la vida tiene valor, en la medida que valoramos que vamos a morir.
Para explicarlo más fácil todavía. Supongamos que usted no va a morir de hambre, ¿se levantaría a trabajar todos los días a las 7 de la mañana? Es más, ¿para qué investigar, para que intentar crecer como personas? Para qué, todo.
En definitiva, la muerte nos acerca a vivir intensamente, porque la vida se nos escapa. Orson Wells, daba gracias a Dios por la muerte, tal como un moderno Francisco de Asís por este motivo. Y nosotros, si nos despojamos de los miedos y de todos los extraños adhesivos que acumulamos a lo largo de los años, deberíamos hacer lo mismo.
Cabe, evidentemente en todo esto el miedo, pero debería ser un miedo, como dice algún conocido, no tanto a la muerte sino a cómo sobreviene. Porque evidentemente, la muerte es un duro paso, un umbral demasiado alto para nuestra pobre altura.
En medio de esta pequeña reflexión, habría que definir la muerte, no como el acabamiento de la vida, sino como la transformación de la vida, como el cambio de forma de existencia, o como lo traslada bellamente Lao-Tsé, “lo que la oruga llama el fin del mundo, el resto del mundo lo llama mariposa”. A vueltas con esta idea, la inmortalidad no sería más que la respuesta lógica a todo lo que plantea la vida como duro, difícil, impensable, intolerable, ilógico … o sea, el sufrimiento gratuito, la poca suerte de muchas personas (desgraciadamente la mayoría) en esto que llamamos vida, y que no es más que el proceso de la muerte que iniciamos el día de nuestro nacimiento. Todas esas personas, deben en justicia revivir (o resucitar en sentido cristiano a) la vida en otra dimensión, con otras connotaciones, con otras justificaciones, de alguna manera, como una revancha, no en el sentido del resentido o del alienado marxista, sino como justa reciprocidad a quienes la fortuna o un lugar equivocado, la enfermedad o la miseria, han convertido en un muerto viviente. Es por eso, que hay que decirlo a estas alturas de lo escrito: ni una sola vida merece la muerte, y ni una sola muerte puede ser consentida sin el “normal” desarrollo natural. Afecto a todo ello, tampoco a ninguna vida se le puede birlar su muerte lógica por complicados mecanismos alargadores de agonías o artificiales mecanismos superpuestos al normal desarrollo y fin.
Por todo ello, vivamos intensamente, que nos queda poco, muy poco, tanto como el agua tarda en irse de entre nuestros dedos abiertos.
Además, seamos prácticos, si nos muriésemos, no cabríamos en el mundo. ¿A ver de donde sacamos espacio para tantos si no desapareciéramos? A todo esto finalicemos esta reflexión sobre noviembre (mes de los muertos, que dicen) con la hermosa frase del “pobrecillo de Asís”: hermana muerte …, (lo siguiente es de mi cosecha) ven cuando me canse de vivir. De verdad que no tengo prisa.
TAREAS DOMÉSTICAS
Hace 1 semana