jueves, febrero 24, 2011

Un Cuento para San Valentín

Tres años habían dado lo suficiente, para que Björn hubiese llegado en su equipo a ser, desde hacía un par de semanas el encargado de abrir camino y ser el primero en poder ver lo descubierto. Y aquella cueva le obsesionaba, demasiado quizá para un científico, un estudioso. Pero había algo que irracionalmente le decía que aquel peligro, a veces bajo las aguas del río, otras vislumbrando una pequeña oquedad, según le contaban los lugareños, en periodos de mucha sequía. El promontorio cercano, además era alto, bastante alto. Si sus suposiciones eran ciertas, los antiguos egipcios lo hubiesen aprovechado para una tumba. Lo malo es que el director no le daba importancia y además, estaban los cocodrilos.

Pero el siguiente viernes de descanso, estaba entrando y reptando completamente mojado a unos diez metros hacia arriba, según sus cálculos, a mitad de camino del promontorio. Era una salida de una tumba, eso seguro. Se pensó un par de veces volver, pero “anda ya”, ya había entrado. Siguió subiendo, luego bajando, hasta una cámara de roca, la misma que obstruía los pasos del antiguo templo de la otra orilla, o al menos eso le pareció. Según sus cálculos (mira que era malo para eso), ahora estaba cuatro o cinco metros bajo el terreno, en el mapa mental que se había hecho. Aquellos sarcófagos sin la habitual forma antropomorfa, sino rectangular y muy rústica, le sonaban cercanos a los mil años antes de nuestra era. Pero su conservación era perfecta. Echando mano de sus conocimientos y ya que la altura de la cámara mortuoria de apenas dos metros lo permitía, los leds le mostraron aquella inscripción:

A Kytzia, la amada:
Amada criatura de Imn
que como sol naciste
de luz llena y azul cielo.
Que llenaste mi vida
e iluminas mi camino en Maat (armonía y verdad).
Horus te es siempre fiel,
y tú, gracia de los dioses,
qué justo es tu obrar
y tu espíritu (Ka) bueno
hace tanto bien mi amor”.

El otro sarcófago, solo tenía una inscripción:

Hapu, el amante. Su hija Zalika, quiere que eternamente estén juntos, quienes tanto se amaron”.

Björn masculló una maldición en sueco, por la lágrima que cayó en el sarcófago de Hapu.

domingo, febrero 13, 2011

Una Carta tarde

Querida Rachel (Cómo me gustaba repetir tu nombre, ¿te acuerdas?) …

Quiero sorprenderte y espero que no te duela que después de tantos reclamos tuyos acuda a ti, tan tarde.

Te he visto. Nuestro puente, el de las puestas de sol sin nombres. He querido parar la moto, pero ya sabes, las leyes, esas que según tú me gustaba saltar, hoy me han podido. No he parado; pero créeme, nada me hubiese gustado más. He comprendido.

Te he comprendido.

“No derroches”. Es verdad. Una décima de segundo para que lo comprenda todo. Solo he visto tu rostro. Y he comprendido. Me imagino que esa palabra siempre la he tenido conmigo. “Lo derrochas todo”. Llevabas razón, porque derroché todo. Es quizás el pecado de la juventud: derrochar.

No he guardado de la ternura con que te rodeaba, exageradamente. De los besos que intentaba prodigarte. De las risas con que te obsequiaba impunemente, de la falacia de tantos “te quiero”. Derroché hasta el sol de cada tarde contigo.

Tiré por la borda o por aquel pretil, apoyado en él, palabras exageradas de confianza en mí. Falsa además, te lo aseguro hoy. Dejé caer las monedas de bondad que tenía y que me invitabas a guardar e invertir, para ganar en este duro negocio de la vida. Tanto derroche.

He querido apretar el puño, mirar hacia atrás, reconocerte en aquella chiquilla que miraba mis ojos ¿con compasión dijiste?

Te extravié por no comprenderte … y, ahora que he comprendido, me queda un llanto de rabia, que contengo por no mojar el papel en el que te escribo.

¿Te acuerdas cómo te recriminaba que tú, poco más que una niña, pretendieras enseñarme a mí, valiente imberbe con aires de grandeza, los secretos de la vida y el amor?

Sé que llevabas razón, ahora. Pero es tarde. Todo lo que se derrocha se pierde para cuando es necesario. Ya he aprendido, espero no sea muy tarde.

Llevo casi treinta años sin decírtelo, pero de las pocas existencias que me quedan, acepta un “te quiero”, derroché tantos … Aceptámelo. Que te sirva por tantos años en silencio. Y créeme, llevabas razón, siempre fue un derroche.

Tu ¿me aceptas amigo?

PD: Sé cómo hacerte llegar estas palabras escritas ¿Me dejas que apure contigo cuanto me quede?