Tres años habían dado lo suficiente, para que Björn hubiese llegado en su equipo a ser, desde hacía un par de semanas el encargado de abrir camino y ser el primero en poder ver lo descubierto. Y aquella cueva le obsesionaba, demasiado quizá para un científico, un estudioso. Pero había algo que irracionalmente le decía que aquel peligro, a veces bajo las aguas del río, otras vislumbrando una pequeña oquedad, según le contaban los lugareños, en periodos de mucha sequía. El promontorio cercano, además era alto, bastante alto. Si sus suposiciones eran ciertas, los antiguos egipcios lo hubiesen aprovechado para una tumba. Lo malo es que el director no le daba importancia y además, estaban los cocodrilos.
Pero el siguiente viernes de descanso, estaba entrando y reptando completamente mojado a unos diez metros hacia arriba, según sus cálculos, a mitad de camino del promontorio. Era una salida de una tumba, eso seguro. Se pensó un par de veces volver, pero “anda ya”, ya había entrado. Siguió subiendo, luego bajando, hasta una cámara de roca, la misma que obstruía los pasos del antiguo templo de la otra orilla, o al menos eso le pareció. Según sus cálculos (mira que era malo para eso), ahora estaba cuatro o cinco metros bajo el terreno, en el mapa mental que se había hecho. Aquellos sarcófagos sin la habitual forma antropomorfa, sino rectangular y muy rústica, le sonaban cercanos a los mil años antes de nuestra era. Pero su conservación era perfecta. Echando mano de sus conocimientos y ya que la altura de la cámara mortuoria de apenas dos metros lo permitía, los leds le mostraron aquella inscripción:
“A Kytzia, la amada:
Amada criatura de Imn
que como sol naciste
de luz llena y azul cielo.
Que llenaste mi vida
e iluminas mi camino en Maat (armonía y verdad).
Horus te es siempre fiel,
y tú, gracia de los dioses,
qué justo es tu obrar
y tu espíritu (Ka) bueno
hace tanto bien mi amor”.
El otro sarcófago, solo tenía una inscripción:
“Hapu, el amante. Su hija Zalika, quiere que eternamente estén juntos, quienes tanto se amaron”.
Björn masculló una maldición en sueco, por la lágrima que cayó en el sarcófago de Hapu.
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