A manera general, cualquier tiempo pasado siempre fue peor, cualquier crisis sirve para crecer, la competencia sirve para mejorar, quién te quiere no quiere verte llorar … y escribir es un ejercicio de inteligencia, mientras uno use la razón y no sus delirios, sus carencias o sus obsesiones. Viene todo esto a que no es bueno dar por bueno lo que parece que debe ser, pero que evidentemente no lo es. Cuando la lectura de los medios es esperada por lo que van a decir, para dónde van a ir, por a quién van a demonizar o, incluso, qué finalidad tienen, no solo de índole político, social o ideológico, sino mezclando intereses espurios travestidos de santos cabreos, de consejos a media voz, que no luz, incluso de sobres que pagan negros dineros. Mal vamos si los que tienen por oficio ofrecer verdad, ofrecen la consanguinidad de la mentira, del prejuicio o del suburbio de sus carencias.
No es un buen oficio el de escribir fuera de la verdad o anterior a ella, porque más tarde que temprano te atrapa, te revuelca y normalmente, te deja con el culo al aire, como sabemos todos, pero no decimos, solo nos reímos hipócritamente a toro pasado. Tampoco es bueno manchar la albura literaria con negros nubarrones que presagian defecaciones mentales, tarde o temprano, la solución de continuidad es que empleen el noble fruto de la tierra en lo que la celulosa se emplea.
Estamos a punto de perder el solo ingenio por la jodida conveniencia, el luminoso estado del humor por la acuosa mala leche, la controvertida animalada jocosa por la conveniente “política correcta”, el empaque de la imaginación por la verborrea indemne ante el dinero, la cautivadora socarronería por el infundio sabido, la fina ironía por el chocante golpe labial …
Todo un mundo de gestiones y manubrios mentales que no llevan más que a la pérdida del prestigio personal, pero que momentáneamente hace la risotada fácil o el veneno bien pagado. Incluso si hay suerte se logra engañar a algún incauto que pasaba por allí.
Así que proponiendo las cualidades del ser aristotélicas (que gusto, ahora que nadie se lleva bien con el macedonio), todo lo que no se consolide con la verdad, la belleza y la bondad, a la … Bueno que mejor dejarlo. Incluso esto si usted considera que no se corresponde a pesar de mis esfuerzos con la propuesta metafísica.
No es un buen oficio el de escribir fuera de la verdad o anterior a ella, porque más tarde que temprano te atrapa, te revuelca y normalmente, te deja con el culo al aire, como sabemos todos, pero no decimos, solo nos reímos hipócritamente a toro pasado. Tampoco es bueno manchar la albura literaria con negros nubarrones que presagian defecaciones mentales, tarde o temprano, la solución de continuidad es que empleen el noble fruto de la tierra en lo que la celulosa se emplea.
Estamos a punto de perder el solo ingenio por la jodida conveniencia, el luminoso estado del humor por la acuosa mala leche, la controvertida animalada jocosa por la conveniente “política correcta”, el empaque de la imaginación por la verborrea indemne ante el dinero, la cautivadora socarronería por el infundio sabido, la fina ironía por el chocante golpe labial …
Todo un mundo de gestiones y manubrios mentales que no llevan más que a la pérdida del prestigio personal, pero que momentáneamente hace la risotada fácil o el veneno bien pagado. Incluso si hay suerte se logra engañar a algún incauto que pasaba por allí.
Así que proponiendo las cualidades del ser aristotélicas (que gusto, ahora que nadie se lleva bien con el macedonio), todo lo que no se consolide con la verdad, la belleza y la bondad, a la … Bueno que mejor dejarlo. Incluso esto si usted considera que no se corresponde a pesar de mis esfuerzos con la propuesta metafísica.