Había un concepto en mis tiempos de Filosofía, que en griego se denominaba el “kairós”. El concepto era muy importante, por lo que tenía de descriptivo en la teología, sobre todo en la paulina. Lo podríamos (mal)traducir por “momento”. Es decir, el momento exacto, aquel que determina la historia. Con acierto, san Pablo llama a Jesús, kairós.
Parece referirse en su principio filosófico a nada temporal, sino todo lo contrario. Es la oportunidad. Está fuera de lo que entendemos como tiempo.
En la vida humana, el kairós, se impone como un determinativo que ocurre, aunque no precisemos el tiempo. El momento en que ocurrió el cambio, el suceso, el enamoramiento, la comprensión de algo …Si fuésemos capaces de saber las condiciones en que sucede, captaríamos muchas cosas. A veces es posible encontrar las claves de cuando sucedió, pero normalmente, nos damos cuenta siempre a posteriori, y las más de las veces, no recordaremos el momento exacto.
Si alguien comprende su kairós, el momento en que todo lo encuentra lógico y casi predeterminado, ha dado con una de las claves de su vida, o de la vida de alguien importante. Lo que sucede, es que lo entendemos como fuera de … casi divino para los que crean, o incomprensible destino para el que no.
Todos nosotros tenemos nuestro momento, pero casi nunca tiene que ver con lo que normalmente entendemos como gloria. Ese momento, ese kairós, determina nuestra vida y como dije antes, puede ser algo personal, como enamorarse, público, como el éxito, sicológico como la aprehensión de una verdad personal … en fin, es “ese” momento. Lo malo es que no se puede buscar, simplemente, se encuentra. Tampoco puede relativizarse o absolutizarse; simplemente, viene.
Algunos incluso, encuentran varios “momentos” o situaciones o sensaciones que le han marcado, que le han hecho dar un giro, o que han conseguido que nos demos cuenta que algo ha pasado.
Como no tengo nada de determinista, creo que la solución es siempre la misma, la de enfrentarnos al día, a cada minuto con los sentidos encendidos, con los ojos motivados a cada color, con el espíritu sostenido y no arrastrado, con el cuerpo en tensión. Y sí, soy muy providencialista, y creo que cada hombre o cada mujer tiene el suyo. A cada uno le espera la sorpresa en el camino de Damasco o de la vida. Y nos espera no solo la caída, sino también el milagro. Rechazarlo es de tontos. Aceptarlo y agarrarlo es cuestión de “los sabios que en el mundo han sido”.
¿Yo? Creo haber tenido ya “mis” momentos. Y espero más. Por eso y para eso, espero siempre una nueva sorpresa. Cada día.
Parece referirse en su principio filosófico a nada temporal, sino todo lo contrario. Es la oportunidad. Está fuera de lo que entendemos como tiempo.
En la vida humana, el kairós, se impone como un determinativo que ocurre, aunque no precisemos el tiempo. El momento en que ocurrió el cambio, el suceso, el enamoramiento, la comprensión de algo …Si fuésemos capaces de saber las condiciones en que sucede, captaríamos muchas cosas. A veces es posible encontrar las claves de cuando sucedió, pero normalmente, nos damos cuenta siempre a posteriori, y las más de las veces, no recordaremos el momento exacto.
Si alguien comprende su kairós, el momento en que todo lo encuentra lógico y casi predeterminado, ha dado con una de las claves de su vida, o de la vida de alguien importante. Lo que sucede, es que lo entendemos como fuera de … casi divino para los que crean, o incomprensible destino para el que no.
Todos nosotros tenemos nuestro momento, pero casi nunca tiene que ver con lo que normalmente entendemos como gloria. Ese momento, ese kairós, determina nuestra vida y como dije antes, puede ser algo personal, como enamorarse, público, como el éxito, sicológico como la aprehensión de una verdad personal … en fin, es “ese” momento. Lo malo es que no se puede buscar, simplemente, se encuentra. Tampoco puede relativizarse o absolutizarse; simplemente, viene.
Algunos incluso, encuentran varios “momentos” o situaciones o sensaciones que le han marcado, que le han hecho dar un giro, o que han conseguido que nos demos cuenta que algo ha pasado.
Como no tengo nada de determinista, creo que la solución es siempre la misma, la de enfrentarnos al día, a cada minuto con los sentidos encendidos, con los ojos motivados a cada color, con el espíritu sostenido y no arrastrado, con el cuerpo en tensión. Y sí, soy muy providencialista, y creo que cada hombre o cada mujer tiene el suyo. A cada uno le espera la sorpresa en el camino de Damasco o de la vida. Y nos espera no solo la caída, sino también el milagro. Rechazarlo es de tontos. Aceptarlo y agarrarlo es cuestión de “los sabios que en el mundo han sido”.
¿Yo? Creo haber tenido ya “mis” momentos. Y espero más. Por eso y para eso, espero siempre una nueva sorpresa. Cada día.