sábado, julio 08, 2006

EL OCHENTA POR CIENTO

Tengo un par de amigos que continuamente me recuerdan ciertas expresiones que tengo como ciertas, a pesar de que es aconsejable siempre no decirlas, por aquello de ser “políticamente correcto”. El problema es que como me las creo, sin que por ello se consigne perfectamente su rigor científico, tengo que repetirlas. Una de ellas, dice que el 80% de los matrimonios a los que asisto, son “nulos”, en la perfecta expresión canónica de la palabra. Es decir, no ha habido matrimonio (me refiero al canónico, o sea “por la iglesia” para entendernos). Un profesor de moral del Seminario, puso el dedo en la llaga, cuando lo reconoció: “prácticamente a todos los matrimonios que asistáis podéis ponerle el apelativo de nulo” (la cita no es textual, pero la idea es perfectamente fiel), tras la publicación del Código de Derecho Canónico actual. Además de todo ello, la nulidad es un proceso que se ha conseguido realizar en un periodo más o menos aceptable para todos aquellos que “sufren” una situación difícil ante sus creencias y su realidad matrimonial. Lo del dinero, además, se ha convertido en una gran mentira, hay abogados de oficio y abogados de pago, dependiendo del nivel económico de la pareja. Sin las connotaciones sociales que despertaba antes una separación matrimonial, parece que es una solución para determinadas situaciones de pareja, y que concilia los sentimientos religiosos de la gente con su irregular situación canónica. Evidentemente, si sacamos a colación los datos de divorcios (casi un 40 % de los que se casan), hay que concluir que algo falla. Y no es el código, o sea no son las leyes, sino las personas.

Me parece tenerlo claro. Hay un nivel de educación que conlleva una gran preparación técnica, pero muy mala humanamente; hay una información sexual extremadamente completa, pero muy mala formación (o prácticamente inexistente) afectiva. En esos dos pilares en los que se debe fundamentar el amor humano fallamos estrepitosamente. La información no lleva a nada (no veas lo que puedo llegar a saber de fútbol y lo malo que soy jugando). La educación técnica, la podría tener cualquier médico asesino nazi, mejor que cualquier otro de la época. Y es que tenemos que poner la dirección de la razón debidamente educada y de la afectividad formada. Y es un problema social, y es un problema de la propia Iglesia, y lo es de las familias, y lo es de todos. Porque una ruptura matrimonial siempre es un fracaso. Eso sin contar todo lo que conlleva familiar y socialmente.

Falla el concepto. Falla el proceso. Fallan las personas. Y además, no nos va a servir de nada acudir al psicoanálisis para categorizar nuestras frustraciones, o reproducir vivencias de los padres, o buscar en laces externos en eso que se llama el “consejero matrimonial”, si falla el comienzo de la persona en sociedad que es “educada”. El concepto de educar, además, implica en su raíz latina, un proceso dinámico de fuera a dentro y de dentro hacia fuera, que posibilita el asumir la realidad y modificarla. No es pasivo, sino activo en el sentido de activar la humanidad y activar la afectividad, lo cual conlleva dominio de sí y al mismo tiempo, capacidad de dar. En definitiva, ser capaz de amar, siendo amado. Probablemente, partiendo de estas premisas, los fracasos de pareja, puedan ser muchos menos, el daño más llevadero y las personas más felices. Me comentan que también algunos abogados cambiarían de especilidad.

Por cierto, que nadie venga con el chiste de no casarse y constituirse como pareja de hecho, porque esto es un enredo legal, ya que el matrimonio o el constituirse como pareja de hecho, son lo mismo; en el fondo, un contrato entre dos personas lo rubrique un juez, un cura, una inscripción legal o un acuerdo verbal.

Nunca he visto a nadie más feliz que un feliz casado o casada; pero tampoco a nadie tan infeliz que a un infeliz casado o casada. Y en esto de la pareja, no hay medias tintas, o se es feliz o no se es. No vale aquello de “nos llevamos bien”.

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