lunes, marzo 05, 2007

DE LA AMISTAD I

Vivimos una época de la historia, en la que a poco que se la recuerde, que no se la recordará mucho, me parece, será la época de la in-ilustración. El borregueo, ya previsto en algunos manuales educativos-políticos, está haciendo mella a golpe de Hollywood y televisión, Eso (o E.S.O.) y libros de textos, música, videoclips y móviles. En realidad, a golpe de la dejadez social que ampara el mal gusto y la decadencia social. O sea, nada nuevo bajo el sol, … esto se ha repetido muchas veces en la historia de la civilización occidental.

Nada que me duela especialmente, lo juro. Más de una vez he dicho que me importa un pito que esto se vaya al garete, que se va. Otros vendrán que renovarán la sangre social y cultural.

Pero si hay algo que me molesta es el menoscabo de ciertas cosas. La más el concepto, la realidad del amor. Y dentro del amor, la forma que llamamos amistad. Sí de eso me lamento.

Porque es verdad que no hay amigos; tan alto concepto que en su día originó estudios maravillosos, aunque digan que idealistas, pero que nos enseñaron cosas muy importantes de las relaciones humanas.

Porque no hay amigos, ahora. Solo socios. Ya no se quiere, se pacta.

La amistad se ha convertido en un auténtico negocio afectivo, que la ha convertido en simple sociedad. No hay amigos, sino asociados. La evidente confluencia de intereses lleva a la gente a hablar de amigos, y la no confluencia al enfrentamiento con el contrario.

Si yo contara que hice amigos a base de auténticas confrontaciones, algunas hasta físicas y no es broma; que mis intereses personales, culturales u ociosos, casi nada tiene que ver con los de mis cercanos, salvo contadas excepciones, probablemente dirían que apenas tengo amigos (yo que presumo de muchos). Pero es que el contenido se ha vaciado de afectividad y se ha mercantilizado en la sociedad. Evidentemente, a la mayoría les sonará a literatura adolescente setentañera, pero a mi me suena a pura verdad concerniente y alrededor de una cierta madurez, que yo no quise, pero que asumo con sobriedad.

A rebufo de la velocidad del tiempo, solo interesan aquellos que nos suplen ciertas carencias, la mayoría desgraciadamente tienen que ver con la problemática social, familiar, económica; incluso, en los más jóvenes, de los traídos y llevados “gadgets” (cacharros) que rodean la habitación de cualquier púber o adolescente, cada vez más alargadas las épocas de la enfermedad juvenil.

Y si solo hay socios, ¿qué hacemos con el vacío que deja en la educación afectiva la amistad? Pues hay que echar mano de la risa sobre el más débil, que lleva al desprecio y al maltrato, para congraciar al socio. Hay que echar mano del deseo de lo último, despreciando la solera de la palabra amiga y de la sabiduría adulta o anciana. Hay que echar mano de la risotada y de la palabra malsonante; del lenguaje supuestamente altivo, pero que deja entrever cómo se desangra el alma en cada vez más complejos sicosociales.

Necesitamos cuanto antes una auténtica labor educativa afectiva. “Auténtica”, remacho. Que tenga que ver con el afecto, y no solo con el sexo. Mucho me temo que lo que necesitan los que se educan es … amistad. O mejor dicho, amigos, que no socios.

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