Lo llaman porvenir, porque no viene nunca. Nunca llega. Normalmente, los filósofos pretendían conseguir la sabiduría en el porvenir, no en el ahora. Y todas las teorías del conocimiento se perfeccionaban siempre. La realidad es que estamos mejor que ayer, pero, evidentemente, peor que mañana sin la consabida ñoña medalla.
Quién sugiere porvenir perfectamente está perdiendo el tiempo en el futuro, quién lo avisa es porque ha pasado para él, como el viejo que se las sabe todas, o peor aún, como el joven que pretende saberlas.
Ineludiblemente, aquello que preocupa es pérdida de tiempo porque no existe ocupación si no la estás realizando y si pretendes la de mañana, para mañana será pasado. En definitiva perder el tiempo, como ahogado en el consabido vaso de agua (o de güisqui, vete a saber).
Mañana no existe. Ni siquiera sabes si será, ni si serás, ni si estarás. La sabiduría pertenece al presente y el horóscopo no deja de ser una mentira que salta por encima de la libertad, para atar a los que añoran que otros le solucionen los días.
Cada día tiene su afán y cada afán su tiempo, o mejor su ahora que también el tiempo es una engañifa en que nos hemos acomodado para saltarnos miedos que también hemos creado. Envejecer es vivir como niños que alargan el día. Quién pretenda madurez que olvide sus años, no así su memoria ni su inquietud primera.
Y la memoria cambia, dicen que olvidamos y nublamos nuestras frustraciones. No es verdad, la memoria retiene todo, lo combina todo; lo sublima, eso sí, en un perfecto cambalache de lo que quisimos y lo que hicimos. Es la maquinaria del reloj puesta en movimiento, a la que le damos cuerda, para no olvidarnos de nosotros mismos. Pero nunca desaparece.
Y quienes han desaparecido solamente nos han dejado solos con su presencia, porque somos lo que fueron, mejorados, o al menos eso pretendemos. Quién vuelve la mirada no recordará la esencia, solo el conocimiento. Las personas dejan huella, y la huella de ellos nos convierte en personas.
Cada palabra que escribo, cada sonido que escancio, cada sílaba, cada silencio deja una huella en el viento, en el papel. Cada arruga nos recuerdo que somos mucho más que un mero pensamiento, cada sombra del rostro, que tenemos un día por delante para sorprendernos con la vida, cada cana del pelo tiñe nuestro presente para hacernos conscientes de que no perdemos un segundo, ganamos una eternidad en cada una de nuestras acciones.
¿Porvenir? Mañana más.
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