De todas las cosas que nos ocurren en la vida, hay que reconocer que las que mejor recordamos son aquellas que nos han sido buenas. He pasado unos días en París y resulta que recordaba cómo me habían atropellado por primera vez en la capital francesa, pero me era imposible recordar dónde y las circunstancias más importantes. Solo recordaba que era un “tiburón”, aquel famoso Citroen DS de forma muy aerodinámicas. Sin embargo, tenía en la mente perfectamente la ubicación de algunos sitios y como éran (aunque con la trampa de conservar algunas fotografías de aquellos tiempos). Recordaba por ejemplo, la placita du Tertre, que en nada se parece a lo que me he encontrado, o la famosa Pigalle, que tampoco es lo que era, o el césped de la Torre Eiffel, sustituido hoy por asfalto. Ya hace muchos años de aquello y yo también he cambiado y desde luego, mi pelo ya no es el mismo, por ejemplo.
Recorriendo además, “por las calles del viejo París”, pensaba que efectivamente, tendemos a recordar lo positivo y alejarnos de lo negativo de una manera tendenciosa y perfecta, para acompañar nuestros días de recuerdos amables y olvidar los amargos. Eso, además, nos tiene que hacer tender a repetir errores, pero al mismo tiempo, es capaz de abrirnos paso a la virtud de encontrar novedades allí donde parece que no tenemos nada de qué sorprendernos. Me sorprendí de cómo han cambiado al Louvre, en donde para certificar que habías estado, te fotografiabas ante la Victoria Alada de Samotracia y ahora lo tienes que hacer en la horrible pirámide que rompe la estupenda plaza abierta que forman los pabellones del Palacio. Y me sorprendí, porque esperaba encontrar Sagrajas entre las batallas napoleónicas del Arco del Triunfo y no estaba … Tonto de mí. La batalla de Sagrajas es del 1086. Me sorprendí paseando por el Boulevard de Saint Michel y no recordando tanto comercio, aunque siga siendo una zona todavía asequible, economicamente hablando. Y me sorprendió el magnífico estado de los Jardines de Luxemburgo con la trampa, eso sí de que allí se encuentra el Senado francés. Sorpresa fue volver al Centro Pompidou y encontrarme como en Montmartre, que “la Boheme”, ha desaparecido ante el empuje del comercio que ha invadido todo. Poco queda del conglomerado de artista que hacía de Paris un sueño. Charles Aznavour ya lo dijo en su famosa despedida de la bohemia: “Ya no reconozco - Ni los muros ni las calles - Que habían visto mi juventud - En lo alto de una escalera - Busco un taller - Del que nada sobrevive - Con su nueva decoración - Montmartre parece triste - Y las lilas están muertas”.
De todas maneras, todo es bello en París que comentaba con Felipe Mayoral, paseando por los alrededores del Panteón.
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