Cuando llegamos al Seminario, Dioni y yo, éramos de los más pequeños de estatura, así que junto a Félix, Feliciano, Juan Ramón, él, yo, … casi siempre caíamos juntos, los primeros. Lo de pequeño de estatura no quería decir nada, porque en un sitio como aquel, sin la protección de los padres, sin la compañía de la familia, hay que hacerse fuerte, porque si no, además, la “morriña” nos podía. Nos hicimos fuertes, cada uno en alguna cosa tenía que ser lo suficientemente fuerte. Así que o era en el deporte (menuda zurda tenía), en el ping-pong, en los estudios … en lo que sea, tenías que hacerte fuerte, para que no te pudiese el ambiente duro de todos contra todos (ya se sabe que los niños son muy crueles). Y aguantamos bien. Muy bien, diría yo.
Con el paso del tiempo, y en razón de que casi siempre la M de mi apellido caía en la segunda parte de la lista, donde estaba la R del suyo, siempre en la misma clase. Siempre los mismos compañeros, más o menos y siempre con la misma manera de pasar el tiempo, hasta que nos hicimos “del Mayor”.
La liberación que para nosotros con 17 años supuso el pasar al Seminario Mayor y administrar nuestra vida allí en todos los sentidos, hizo que pasásemos por una de aquellas fases de “laissez faire, laissez passer” de increibles resultados, porque nadie podría imaginar que nos hiciésemos tan notablemente noctámbulos, juerguistas, vagos … o era la edad. Al final, con una bendita locura nos dejaron administrar y conseguir dominar nuestros días por nuestra cuenta. Y es cosa de agradecer. Creo que al libertad es causa y motivo de llegar a la responsabilidad (con algunas amonestaciones, la verdad sea dicha).
Y cuando llegó el momento de decidir ordenarnos diáconos … Nos quedamos los dos solos, porque todos escogieron fechas menos nosotros, que no lo teníamos tan claro, o sí, pero de aquella manera y con aquellos tiempos, no. Fuimos los últimos en firmar la promesa del celibato, yo un año después y lejos ya del Seminario. Mili para uno y trabajo lejos de casa para mi.
Otro año de diferencia, hasta que la voluntad de Don Antonio Montero (espero también que del Espíritu Santo), nos vuelve a juntar, esta vez en Montijo, ya para trabajar como curas y seguir como habíamos comenzado trece años antes, a reirnos de nosotros mismos, mejor que llorar si las cosas se ponían feas. Cuatro años geniales en Montijo. Siempre he dicho que mi comienzo de trabajo de cura, tuvo la gran genial coincidencia de tener a Dioni, Antonio Fuentes, Emilio Rodríguez, Pedro Gragera … Mejor compañía no hubiese logrado tenerme al menos parcialmente, contento conmigo mismo y con lo que un día comencé. Han sido tantas cosas desde pequeños.
Luego vino su familia, su mujer, sus hijos. La alegría de ver que a pesar de tantos años, recordábamos todo con el mismo genial buen humor de siempre. El año pasado nos reuniamos más de una veintena de antiguos compañeros tras 25 años y aunque las canas y las calvas eran lo habitual, el cariño, la admiración, la capacidad de siempre sonreir, de recordar con cariño, no se nos había ido. Tan orgulloso estoy de pertenecer a estos mis hermanos … Bueno, se me ha ido uno, pero es junto al Padre. Hasta siempre y hasta pronto hermano Dioni, que diría Losada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario